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Diccionarios, dudas y secretos del español, en la palma de tu mano

Diccionarios, dudas y secretos del español, en la palma de tu mano

Aunque los lenguajes son muy dinámicos y evolucionan sin pedirles permiso a las academias, cuando imprimimos un texto no estamos empleando solamente una lengua, sino una lengua a la que se le ha extirpado toda la comunicación no verbal (gestos, expresiones faciales, lenguaje corporal) y a la que se la ha venido a sumar un muy complejo sistema de símbolos. Eso lo cambia todo, porque los problemas de interpretación rara vez se originan en la conversación. ¿Por qué? Porque estamos preparados para cooperar en el intercambio verbal de tal modo que logremos entendernos incluso en pésimas condiciones (ruido, dialectos muy apartados, y así). La gramática no cuenta, las comas no se pronuncian y en lugar de morfología tenemos pronunciación.

Cosa bien diferente es el texto impreso, que funciona como una partitura que debe poder ser decodificada sin el más mínimo error y en ausencia de su autor. Un puntillo de menos en una negra, y la orquesta empezará perder sincronía a razón de medio tiempo por compás, hasta que todo suene como una cacofonía insufrible. Un puntito en una partitura, como un tilde en una oración, no son opcionales.

Al escribir se impone, pues, la precisión más meticulosa. Los verbos, por ejemplo, rigen ciertas preposiciones. En inglés se dice “dream of”, mientras que en español es “soñar con”. Arbitrario y destinado a cambiar con los siglos, sí; pero hoy es ley. Ocurre lo mismo en casi todas las áreas de la gramática. Una estructura de preposición más término tendrá sentido con ciertos verbos en ciertos casos, pero no en otros. Por eso está mal poner “Pienso de que”, pero está bien usar “Estoy persuadido de que”.

Los objetos directos que refieren a personas o mascotas con nombre llevan la preposición “a”. Los demás, no. Son reglas caprichosas, me dirán. Sí, pero son reglas como en la música. Si ponés el símbolo de un silencio de negra e iba un silencio de corchea, rompiste todo. Otro tanto ocurre con las comas y demás. En muchos casos, se entiende igual. Pero, para no dejar librada la comprensión al azar, escribir debe ser una disciplina estricta, si no acaso una forma de rezar; la frase, brillante y significativa, se le atribuye al gran Franz Kafka.

Por desgracia, en nuestro medio, hoy, estamos expuestos a un español muy degradado. He oído y leído cosas como “hacer sentido” o “esperar por”. Ambas están mal. En español decimos que algo “tiene sentido”; hacer sentido es un anglicismo que viene de “make sense”. “Esperar” no lleva ninguna preposición. Pero, de nuevo, “wait for” pesa en la consciencia lingüística y despedaza una relojería idiomática delicada y perfecta. Insisto, todo cambia en los lenguajes con el paso de los siglos. Pero los anglicismos y los galicismos (“mismo” por “incluso”, típicamente) son defectos.

La palabra “libre” (cuyo uso al final de este Manuscrito originó una pequeña polémica con un amigo, que luego derivó en esta columna) puede usarse con dos preposiciones, “de” y “para”. Con la primera quiere decir “con la libertad de” (que era el sentido que correspondía); con la segunda significa “con el derecho de”. No había, pues, ninguna anfibología. De paso, dato de color, hasta Google Translate, que tropieza fácilmente con la poesía, comprendió perfectamente esa frase en el sentido que pretendía darle, y sin ofrecerle ningún contexto.

Recursos

Pero si se debe escribir para que se entienda fácilmente, incluso a costa de las reglas de la partitura, o si hay que ser un pulidor de lentes, aunque a veces el lector deba consultar el diccionario, es cuestión de escuelas. Me anoto en la segunda, desde luego, pero ya se sabe como es con las escuelas: después de debatir durante veinte horas, cada cual se encuentra más aferrado a su postura original. Así que, en lugar de eso, vamos a lo práctico. Una de las circunstancias que cambiaron de forma más radical desde que estudiaba la gramática y la lingüística en la facultad es la velocidad y disponibilidad de las herramientas de consulta. Treinta o cuarenta años atrás, tus únicos aliados eran el diccionario de la Real Academia –o equivalente–, una gramática y un diccionario de sinónimos. En 1987 compré mi Corripio, nombre coloquial que le damos al Diccionario de ideas afines de Fernando Corripio, que sigue siendo la más formidable obra de consulta para encontrar la palabra perfecta en español; mi copia es la número 2748.

Hoy sigue siendo exactamente igual (y no hace falta más), solo que las herramientas están en tus pantallas, todo el tiempo, con buscadores excepcionales e hipertexto, ubicuas, veloces y accesibles para todos. Hace 40 años saldar una simple duda idiomática podía demandar entre diez minutos (si tenías suerte) y varias semanas. Con las lenguas clásicas, la cosa se complicaba mucho, porque cada autor (pongamos, Esquilo versus Aristóteles) podía haber usado cierta palabra con un significado diferente. O con las obras de Shakespeare, por ejemplo, donde la variación entre las versiones te obligaban a leer, de ser posible, las ediciones anotadas. Tengo dos. La más completa pesa como cuatro kilos.

De nuevo, casi todos los expertos coinciden en que el lenguaje está sufriendo una degradación ostensible. Algunos culpan, por supuesto, a las nuevas tecnologías. Coincido con la primera postura, pero no con la segunda, como sostuve en mi ponencia en el VIII Congreso de la Lengua de la Real Academia Española. Primero, porque cuando chateamos estamos usando un mecanismo muy semejante a la conversación cara a cara. La gramática pulida y la ortografía impecable dan lugar a emisiones mucho más sucintas, rápidas y eficientes. Y está bien que eso sea así. Segundo, porque las nuevas tecnologías son el sueño del que se dedica al lenguaje. Aparte de apps como Duolingo, que de por sí son una ayuda extraordinaria para aprender otros idiomas (aunque de ningún modo suplantan a la educación formal), o el inefable y cada vez más perspicaz Translate, Internet le ofrece al que escribe o quiere dedicarse a escribir herramientas de consulta con las que hace unas pocas décadas ni siquiera nos atrevíamos a soñar. Hay muchas, pero aquí van algunas fundamentales (las obras de consulta tienen casi siempre apps para el smartphone; las otras pueden consultarse en un navegador móvil).

El DRAE. El Diccionario de la Real Academia Española es la obra de consulta clave de nuestro idioma. Antes de usar una palabra de la que no estamos 150% seguros, hay que buscarla ahí. Si no está, no existe; o puede que signifique cualquier otra cosa que lo que queremos decir (prueben con “detentar”). Seguramente no buscamos lo suficiente y es probable que tengamos que explorar el diccionario de sinónimos (ya llego a eso). En todo caso, este diccionario fundamental es hoy gratis, y el sitio de la Academia sigue ofreciendo el Diccionario Panhispánico de Dudas, que es complemento ideal del DRAE. Es un lenguaje muy complejo el español, y tiene tantos recovecos que es imposible recordarlos todos. Tiene app.

Fundéu. La Fundación del Español Urgente también tiene un sitio fantástico para salir de dudas. Fue creada en 2005 por la Agencia EFE y el BBVA, cuenta con el asesoramiento de la Real Academia, y publica artículos, recomendaciones y consejos. Sé por experiencia que Fundéu obra con un espíritu particularmente abierto; en su sitio hay dos de mis artículos más polémicos respecto de las nuevas tecnologías y el lenguaje.

WordReference. Un clásico de la Web, WordReference se emplea normalmente como un diccionario inglés-español. Pero hay muchos otros idiomas y, lo que es más importante, ofrece diccionarios de sinónimos más que dignos. También tiene app.

Diccionario Etimológico Castellano En Línea. La etimología no solo ayuda a la escritura –por eso el aprendizaje de lenguas clásicas y de idiomas extranjeros es básico–, sino que da para extensos e interesantes debates. Un sitio visualmente modesto, pero que abunda en buena información y en tales debates es http://etimologias.dechile.net/.

Perseus Digital Library. Y para los que estudian las lenguas clásicas o quieren bucear en los orígenes de las palabras que empleamos hoy, la incomparable Biblioteca Digital Perseo de la Universidad de Tufts es un número puesto.

La del estribo: Word y LibreOffice vienen con un diccionario de sinónimos. En el primero se lo convoca con el atajo Mayúsculas+F7. En Libre Office, con Ctrl+F7. No son lo mejor del mundo, pero de todos modos proporcionan esa variedad inicial que puede llevarnos a encontrar la palabra que significa exactamente eso que queremos decir (uno de los desafíos mayores de la escritura). Para eso, lo mejor es el Corripio, que puede comprarse online. No es económico. Pero vale cada centavo.

Copyright: Ariel Torres – Lanacion.com
Imagen propiedad de: Shutterstock
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