De dar charlas TED y ganar un Pulitzer a retirarse de la gran ciudad y de lo digital: referentes de la tecnología saturados por la tecnología
El 3 de abril de 2016, más de cien medios de comunicación de todo el mundo, que llevaban un año trabajando en ello mediante el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación, publicaron Los Papeles de Panamá, la filtración de la mayor red de evasores en paraísos fiscales de la historia. En España, la Sexta y El Confidencial fueron los encargados. Ese trabajo, clasificando y desgranando más de once millones de documentos, fue realizado con una periodista española como directora de orquesta, Mar Cabra.
En ese momento, Mar tenía 32 años y ya se había especializado en la vertiente tecnológica y de datos del periodismo. Durante la investigación trabajó junto a desarrolladores e ingenieros, como llevaba haciendo años. Había mucho trabajo que hacer y pocas manos para sacarlo adelante. Además, esas manos estaban repartidas por medio mundo, lo que implicaba muchos husos horarios distintos y se acababa traduciendo para Mar en jornadas de hasta dieciséis horas de trabajo diario. Aquella publicación fue una exhibición de la fuerza del periodismo, pero también de la de la tecnología, que logró ordenar aquella enorme cantidad de información y permitir la coordinación de tantos medios de todo el mundo.
Tras la publicación de la filtración empezó el maremoto mediático para Mar, que empezó a intervenir en televisión y a dar charlas de forma recurrente. En última instancia, incluso ganó el premio Pulitzer. Un escenario que le llevó a la hiperconectividad.Y ese sueño para cualquier periodista se tornó en pesadilla para Mar.
Implosión
“Supuestamente era exitosa, tenía el Pulitzer, estaba conectada con todo el mundo… Pero yo por dentro era muy infeliz, todo me daba igual”, relata Mar a Xataka. “Un poco después, con 34 años, decidí dejar mi trabajo. No era feliz ni siquiera con el éxito. Me quité de en medio, me vine a Almería a vivir. Si me hubiese quedado en Madrid no hubiese podido tener ese espacio de reflexión que buscaba. Demasiada gente, demasiadas conexiones. Necesitaba parar”.
El de Mar es el testimonio de quien sufre las consecuencias del frenesí tecnológico, de la hiperconectividad, y busca la forma de parar, tomar distancia y sanar sus heridas. “Estaba tan enganchada que igual me pasaba dieciséis horas trabajando con ingenieros, haciendo videollamadas con gente de todo el mundo, todo urgente, en conexión permanente… Y al llegar a la cama me pasaba una hora en Facebook”. Cuando tomó la decisión de hacerse a un lado, eliminó de su móvil la aplicación de Facebook y sus cuentas de correo. Twitter no, aunque dejó de usarlo en buena medida. Y pasó meses sin sentarse frente al ordenador, algo que le generaba náuseas y que todavía a día de hoy le cuesta hacer durante tiempos prolongados.Mar, en el año 2015, durante una de las sesiones de trabajo que llevaría a la publicación de los ‘Panama Papers’. Imagen cedida.
Un proceso de desconexión así no es viable para cualquiera. Mar tuvo la suerte de tener una casa familiar disponible en la costa, en un entorno propicio para una lenta desconexión; y unos ahorros generosos gracias, además de a una buena planificación, a haber cobrado un sueldo estadounidense viviendo en España. “Mucha gente piensa como yo, pero nadie lo hace, porque hace falta estar muy loco o tener mucha pasta. Yo tenía un poco de las dos cosas y me pude permitir pasar dos años viviendo del aire, más o menos”.
En ese proceso, que todavía continúa, Mar se redescubrió a sí misma gracias a la meditación, a jornadas de retiro anuales consistentes en pasar diez días en silencio, sin libros, tecnología ni ningún tipo de estímulo ni entretenimiento como tal, meditando quince horas diarias. La calma que llega tras la tormenta.
“Tengo una misión”
Mar en el TEDx de San Francisco en 2017. Imagen cedida.
Un estudio del Pew Research Center del año 2012, cuando la presencia de los smartphones y las redes sociales aún no eran tan fuertes como en los últimos años, ya hablaba de las consecuencias potenciales para nuestros cerebros de la implantación de constantes mecanismos de recompensa para nuestro cerebro, así como de la hiperconectividad y la sobreestimación. Ese mismo año, otro estudio del Instituto Semel para la Neurociencia y el Comportamiento Humano vinculó la hiperconectividad con la depresión. Ocho años después, las consecuencias de una década en la que asumimos la tecnología sin tiempo para pensar en sus implicaciones empiezan a hacerse visibles.
Mar está profundamente convencida de ello. “Yo me alejé de la tecnología, pero ahora poco a poco, y en cierta medida, voy volviendo a acercarme a ella, pero de forma distinta y con la convicción de que tengo una misión, lo que quiero hacer en el mundo es otra cosa, no volver al periodismo, ni a las redacciones, quiero mover conciencias, tanto para que la gente se dé cuenta de cómo recuperar su atención y su tiempo, y para que las tecnológicas piensen en los humanos como humanos, no como usuarios”.
Esta visión entronca con la de Roger McNamee, uno de los fundadores de Facebook que ya se marchó de la empresa y cuyo punto de vista fue plasmado en su libro ‘Zucked’ (título original, un juego de palabras con el apellido de Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, y la palabra ‘fucked’, “jodido” en inglés; su título en español es ‘Zucked, despertando de la catástrofe de Facebook’). A lo largo de sus páginas, Roger habla de cómo la empresa que ayudó a fundar se ha convertido en “una mezcla de capitalismo no regulado, tecnología adictiva y valores autoritarios”.
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