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EN BUSCA DEL ARCA DE NOÉ

EN BUSCA DEL ARCA DE NOÉ

David Merling: El arca de Noé ha fascinado a todos, desde los tiempos de Noé hasta nuestros días. Desde los evangélicos a los directores de cine, desde los evangelistas hasta los jóvenes que dirigen cruzadas en los campus universitarios, el arca cautiva la atención de todos.

  Pero, ¿dónde está el arca? En años recientes, algunos han declarado osadamente que el arca ya ha sido encontrada y se preguntan por qué los eruditos no han publicado las buenas noticias. Como arqueólogo, yo no presté atención a esta pregunta por años, por una variedad de razones. La primera es que el sentido común sugiere que una estructura de madera como la del arca, expuesta a miles de años de lluvia, nieve y hielo, más el proceso anual de congelación y deshielo, se habría descompuesto hace mucho tiempo. Algunos piensan que la madera de “gofer” antediluviana habría sido notablemente dura. Pero, realmente no sabemos nada acerca de esa madera de “gofer” con que estaba hecha el arca. Suponemos que es un tipo de ciprés. Pero, ¿habrá sido indestructible como algunos sugieren? Tal vez sí, tal vez no. Si lo fue, ¿por qué razón los paleobotánicos no encuentran muestras de madera de “gofer” antediluviana esparcidas por la superficie de la tierra? Por cierto, no toda la madera de “gofer” se habrá petrificado; algo de ella debió haber flotado y quedado en la superficie de la tierra, así como quedó el arca. ¿Qué ocurrió con toda esa madera? Mi suposición es que, al igual que la del arca de Noé, esa madera se descompuso hace mucho tiempo. La segunda razón es que ni la Biblia ni los escritos de Elena White, autora muy respetada entre los adventistas, apoyan la idea de que Dios conservó el arca como un testigo para quienes viven en estos últimos días. Si el arca de Noé fuera tan importante para Dios y los eventos finales, él habría revelado ese mensaje a través de sus profetas (Amós 3:7). Después de Génesis 8, la Biblia queda en silencio acerca de la existencia del arca de Noé. Además, el argumento de que el arca de Noé tiene un lugar especial en los planes divinos del fin del mundo, erosiona el uso bíblico del arco iris como la evidencia visible del pacto que Dios hizo después del diluvio con los seres humanos (Génesis 9:11-17). En realidad, el arco iris, como una señal de que podemos depender de Dios, llega hasta Apocalipsis (4:3 y 10:1). Por el registro bíblico resulta claro que Noé y su familia dejaron atrás el arca y contemplaron el arco iris como la señal de que podían confiar en Dios. El arca era algo del pasado. El arco iris era la señal del futuro. Por estas y otras razones, he creído que buscar el arca de Noé sería más bien una pérdida de tiempo… hasta 1992. Ese año, acepté escribir dos artículos acerca del presunto descubrimiento del arca de Noé.1 Esos artículos eran una respuesta a las pretensiones de un adventista de que Dios lo había guiado al descubrimiento del arca de Noé y de muchos otros objetos antiguos. Desde entonces, el tema del arca de Noé me ha tomado mucho más tiempo del que esperaba.

En busca del arca Lo que he descubierto es que existen algunos cristianos muy sinceros y comprometidos que están buscando científicamente y con gran entusiasmo el arca de Noé. También hay algunos cuya tarea es difícil de clasificar. La mayoría de los que componen el primer grupo se llaman a sí mismos “investigadores” y toman en cuenta todas las evidencias: las que apoyan sus creencias y las que no lo hacen. En otras palabras, mencionan tanto las evidencias positivas como las negativas mientras procuran hallar el arca, dondequiera que se encuentre.2 Ellos reconocen que no se la ha encontrado, aunque creen que existe todavía, y están participando activamente en su búsqueda. Hay otro grupo de personas que alegan haber encontrado el arca. Muchos de ellos adoptan títulos que suenan a profesionales y procuran confundir a los que están mal informados con pretensiones falsas. Pasan por alto las evidencias negativas con respecto a sus alegatos y usan objetos falsos para apoyar sus conclusiones. A veces este grupo está representado por periodistas quienes, cuando no hay muchas noticias, escriben acerca del hallazgo del arca de Noé, aunque no presentan evidencias concluyentes que lo apoyen.3 Este artículo ignorará a este segundo grupo y se concentrará sólo en los investigadores serios. La búsqueda del arca de Noé se ha limitado mayormente a una región en Turquía oriental por causa de la aseveración bíblica de que el arca se detuvo en “Ararat” (Génesis 8:4). Lo que a menudo se pasa por alto en estos versículos es que dice que el arca se detuvo “sobre los montes de Ararat”. No se menciona ningún monte definido en la Biblia como el lugar donde descansó el arca. El nombre de Ararat es el equivalente de “Urartu”, un pueblo y un lugar de los tiempos del Antiguo Testamento, ubicado en lo que es hoy Turquía oriental. Los habitantes de Urartu fueron adversarios serios de los asirios. Cuando Génesis 8:4 habla de los “montes de Urartu” implica que el arca podría haber estado en cualquier lugar dentro del territorio de Urartu, ya que toda esta región era montañosa. El tamaño de esta área, que en tiempos posteriores llegó a ser conocida como Armenia y es ahora la parte kurda de Turquía oriental, es bastante grande (ver el mapa).

La montaña más alta en la región es el Büyükagšri Dagši, que comúnmente se conoce como el Monte Ararat. Este monte está ubicado al norte del Lago Van (que era el corazón de la tierra de los Urartu), precisamente al norte del pueblo de Dogšübayasit. En realidad, hay dos montes Ararat, uno “mayor” y otro “menor”. Ambos son restos de volcanes y se elevan por sobre la región circundante. Esta cadena montañosa tiene las cumbres cubiertas de nieve todo el año, con glaciares permanentes. Evidentemente, los buscadores del arca de Noé han sido atraídos a esta montaña alta, y no a los montes más bajos en la región o a los valles. Específicamente, hay personas que pretenden haber encontrado madera tallada a mano en las faldas elevadas de la montaña4 o haber visto el arca misma. Los testimonios de su existencia son tan numerosos que este artículo no tiene espacio para evaluarlos a todos.5 He escogido tres de las afirmaciones más recientes como ejemplos de las evidencias anecdóticas que llevan a los buscadores a esperar que el arca esté sobre el monte Ararat. Los informes de Navarra En su libro Noah’s Ark: I touched It,6 Fernando Navarra, un industrial francés, informa acerca de sus cuatro expediciones al monte Ararat (1952, 1953, 1955 y 1969). La ascensión de 1952 lo condujo a lo que él sospechó que era el arca de Noé. En 1955, acompañado por su hijo de once años, Navarra descubrió en una profunda grieta en el hielo trozos de madera “labrada a mano”. Cortó trozos de un metro cincuenta de la madera y más tarde los redujo a varios pedazos más pequeños para transportarlos con más facilidad. Cuando dio información acerca de su hallazgo en Europa, muchos consideraron esto como evidencia cierta de que el arca de Noé, o por lo menos restos de ella, todavía existían. Después de muchas negociaciones y postergaciones, Navarra regresó a Turquía oriental en 1969 en una expedición patrocinada por la Search Foundation. Otra vez, con mucho esfuerzo, cerca del mismo lugar de su descubrimiento en 1955, el grupo encontró varios trozos pequeños de madera. Muchos creyeron, incluyendo los que participaron en la expedición, que habían encontrado los restos del arca de Noé. Desafortunadamente, la evidencia (es decir, la madera misma), dio un testimonio diferente. Cuando se sometieron esos trozos de madera a las pruebas con el radiocarbono (C14), se encontró que la madera tenía sólo unos pocos centenares de años de edad. Anteriormente, cuando Navarra hizo evaluar su madera cuidadosamente atesorada en varios institutos, cada uno de ellos había dado edades muy antiguas, pero estaban basadas sólo en estimaciones hechas al azar en base al examen visual subjetivo como base para sus análisis y conclusiones.7 Cuando la Search Foundation regresó con sus hallazgos en 1969, enviaron muestras de los trozos de madera a varias organizaciones para que las analizaran por el método del radiocarbono. De acuerdo con los informes, todos los trozos de madera, incluyendo el trozo original de Navarra, databan de la era cristiana,8 y no del tiempo de Noé. Otros montañeros han encontrado en el monte Ararat otros trozos de madera, pero sólo se ha datado científicamente el trozo original de Navarra. Se puede llegar a la conclusión de que encontrar madera en el monte, por sí mismo, no es una prueba segura del descubrimiento del arca de Noé.

Las fotografías de Greene Algunos alegan que han tomado fotografías del arca. Desafortunadamente, tales fotos siempre son tomas a gran distancia y son poco claras, que quedan abiertas a diversas interpretaciones. Una de las historias más interesantes es la de George J. Greene. En 1952, éste estaba trabajando como ingeniero de minas en Turquía oriental. Un día, mientras volaba cerca del monte Ararat, vio algo que le pareció un enorme barco cerca de la cumbre de la montaña. Desde el punto de vista ventajoso que le daba su helicóptero, pasó varios minutos tomando fotos del objeto, hasta de una distancia de unos 30 metros. Al regresar a los Estados Unidos, con las fotos en la mano, trató sin éxito de organizar un equipo de exploración y regresar al monte Ararat. Ninguno de sus amigos pareció interesarse. También sorprende que ningún diario publicara el relato. Después de varios años, Greene salió de los Estados Unidos rumbo a nuevas aventuras. Desafortunadamente, fue asesinado por bandidos en la entonces Guayana Británica (hoy Guyana), y las fotos que había tomado del arca se perdieron, aunque alrededor de 30 personas dicen haberlas visto.9 A pesar de lo impresionante del informe, algunos que aseveran haber visto las fotografías, no están seguros si lo que vieron era realmente un barco.10 La afirmación de Davis La evidencia anecdótica de los últimos tiempos que suena como más creíble es el informe de Ed Davis, quien asegura haber visto el arca de una distancia de menos de un kilómetro y medio.11 Davis era un sargento del ejército norteamericano estacionado en Hamadan, Irán, durante la Segunda Guerra mundial. Estando allí, se hizo amigo de un joven llamado Badi, que era un chofer civil agregado al ejército. Desde Hamadan, es posible ver el monte Ararat en días claros. Badi le contó a Davis que su familia vivió en una aldea en la base del monte Ararat y que había visitado el arca de Noé muchas veces. En realidad, la familia de Badi se consideraba protectora de esa santa reliquia. Eventualmente, Davis fue con la familia de Badi a ver el arca.12 El padre de Badi, Abas-Abas, condujo la expedición, pero antes de salir de la aldea se le permitió a Davis observar jaulas y otros objetos que la familia dijo que habían sido traídos del arca a la aldea. Abas-Abas dirigió al grupo en una caminata de tres días. Cada noche se alojaron en cuevas. Después de tres noches, estaban a menos de un kilómetro y medio del arca. Davis pudo verla desde ese punto. Desafortunadamente, durante los tres días de caminatas habían estado rodeados de neblina, con abundantes lluvias de día y de noche. Debido a las condiciones climáticas desfavorables, no pudieron bajar desde una cornisa hasta el arca o mirar el arca por dentro. De acuerdo con Davis, el arca estaba partida en dos, pero ambas partes estaban (en 1943) bien conservadas. Durante esta caminata, no se tomaron fotografías, pero posteriormente, le dieron a Davis una foto de la aldea de Abas-Abas. Después que regresó a su base militar, escribió estas palabras en su Biblia: “Fui a Ararat con Abas. Vimos un barco grande sobre una saliente, en dos pedazos. Quedé con él en la casa grande. Llovió y nevó por diez días. Me detuve en Tarharan y conseguí algunas vituallas y me calenté, y descansé. También obtuve algo de ropa. El Tte. Bert se alegró de que hubiera regresado. Tenía miedo por mí. Pienso que temía que me hubieran matado. Estoy contento de haber ido. Creo que es el arca. Abas tiene muchas cosas de allá. Tengo las piernas casi sanas de la cabalgata”. Muchos investigadores serios del arca consideran que la historia de Ed Davis es una evidencia de primera clase, no sólo de la existencia del arca, sino de su ubicación. Si tan sólo el gobierno permitiera el libre acceso a la montaña, ellos piensan que podrían encontrar el arca basados en la información que proveyó Davis.13 Davis hasta pasó un examen de polígrafo por causa de sus afirmaciones.

Conclusión Sin embargo, continúo siendo cauto. No existe ninguna evidencia sólida que se pueda ver, tocar o considerar. La evidencia tiene que ser ponderada por su credibilidad. Una evidencia anecdótica es evidencia mínima, porque a menudo es muy poco confiable. ¿No hemos visto en los tribunales que los testigos oculares con frecuencia no concuerdan? En realidad, los muchos vuelos del astro-nauta Jim Irwin y sus fotografías del Ararat y sus alrededores, incluyendo las áreas sugeridas por el informe de Davis, no han obtenido ninguna foto del arca de Noé. La inclinación natural de los pueblos orientales es la de agradar a sus huéspedes. Esta bondad innata puede ser una de las razones por las que algunos han informado haber visto el arca. Después de una caminata de tres días, con neblina y lluvia de noche y de día, y decir que vieron algo a un kilómetro y medio no es evidencia concluyente. Mostrarle a un extranjero dos afloramientos naturales desde la distancia de un kilómetro y medio y decirle que son las dos mitades del arca de Noé, no sería algo inusual, especialmente si una familia estuviera tratando de agradar a un amigo. Tampoco sería extraño que se creyera que esos afloramientos constituyen el arca de Noé hecha piedra, según una tradición local. Esto no quiere decir que sugiero que éste sea el caso de la historia de Ed Davis. Lo que quiero decir es que, sin evidencias objetivas, no es posible saber lo que alguno ha visto, tocado o experimentado. Con respecto a los otros informes, mi propia sugerencia es que algunas de las personas mayores que han afirmado haber visto el arca de Noé cuando eran pequeños, pueden haber visitado una formación geológica con la forma de un barco, a unos 25 km al sur del monte Ararat. No tenemos evidencia de que el arca de Noé exista actualmente. ¿Existió alguna vez? Para esto tenemos la certeza que nos da la Palabra de Dios y la presencia del arco iris. David Merling (Ph.D., Andrews University) es profesor asociado de arqueología e historia de la antigüedad en Andrews University y es curador del Museo Arqueológico Horn. Su dirección postal es: Institute of Archaeology; Andrews University; Berrien Springs, Michigan, 49104; E.U.A. Su e-mail: merling@Andrews.edu

Notas y referencias

1.   Fueron publicadas en la Adventist Review, 20 y 27 de mayo de 1993.

2.   Ver Don Shockey: Agri-Dagh (Mount Ararat): The Painful Mountain; Artifacts From Noah’s Ark Found on Mount Ararat (Fresno, Calif.: Pioneer Publishing Company, 1986), p. 38.

3.   Por ejemplo, la historia del agricultor kurdo Resit, publicada en los diarios de 1948. Supuestamente, toda una tribu kurda vio el arca. Un equipo dirigido por el presidente de un colegio norte-americano salió para buscar a Resit y ver el arca. Desafortunadamente, después del largo viaje, no pudieron encontrar a nadie con el nombre de Resit, ni su aldea, ni a nadie en 160 km del monte Ararat que hubiera oído la historia. Ver Lloyd R. Bailey, Noah: The Person and the Story in History and Tradition (Columbia, South Carolina: University of South Carolina Press, 1989), p. 88.

4.   Debido a que no hay árboles sobre el monte o cerca de él, la pregunta natural es: “¿De qué otra manera pudo esa madera estar tan alta en esa montaña, a menos que originalmente fuera parte del arca de Noé?”

5.   Shockey sugiere que fue avistado unas 200 veces. Ver su libro: Agri-Dagh, p. 41.

6.   Editado por Dave Balsiger (Plainfield, N. Jersey: Logos International, 1974).

7.   René Noorbergen: The Ark File (Mountain View, Calif.: Pacific Press Publ. Assn., 1974), p. 134.

8.   Id., pp. 142-144.

9.   Ver Violet Cummings: Noahs’ Ark: Fact or Fable? (San Diego, Calif.: Creation-Science Research Center, 1972), pp. 213-223.

10. Ver Bailey, p. 89.

11. Ver Shockey, p. 7.

12. Id., p. 37.

13. Shockey, p. 42.
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